Llegaste un día al páramo sombrío
donde habitaban la mente y la razón,
donde escapaba despacio la emoción
y florecían las rosas del hastío.
Y al día siguiente pusiste una canción
entre los labios del páramo y del frío,
y yo que estaba pendiente del vacío
cerré los ojos y abrí mi corazón.
Alimentando la flor de un solo día,
aprovechando un minuto de alegría,
bailé de nuevo la mítica canción;
yo que he perdido cien veces la ilusión,
volví de nuevo a amar la fantasía,
cerré los ojos y abrí mi corazón
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